A MIS VEINTE... Carta a mí mismo por mi cumpleaños
A mis veinte he aprendido que los grandes placeres
de la vida se esconden en las pequeñas cosas. Que no es más rico el que más
tiene, sino el que vive más intenso. Que lo de menos es morir y lo único que
importa es cómo vivas. Que las cosas no son lo que valen sino lo que
significan.
A mis veinte he aprendido que los mejores días
nunca se planean, que un día no es más especial por ser tu cumpleaños y que
puedes disfrutar aunque no sea verano. He aprendido que los viajes son
inolvidables no tanto por el dónde sino por el con quién.
He aprendido también que hay quien sabe hacerlo
todo nuevo. Que el primer amor no es a quien primero besaste, sino por
quien hiciste cosas que jamás podrás olvidar y nunca imaginaste.
He aprendido a mis veinte a querer mejor. A
necesitarte pero a saber vivir sin ti. A no perder el tiempo creyéndome que
eres mía, pues Te quiero tanto, que sé que ni si quiera a mí me perteneces. Que
eres tan tú que haces que sea mi mejor yo. Que el amor duele como duelen las
cosas que merece la pena vivir; pero que, contigo, vivir merece la alegría.
A mis veinte has sido tú quien me ha enseñado que hay
mil formas de hacer el amor aunque el mundo se empeñe en vendernos sólo una.
Que dormir tiene sentido si es a tu lado, porque a
dormir poco y soñar más me has enseñado. A despertar cuando todos duermen. A
entender que el único peligro de soñar es que los sueños se conviertan en
realidad. Que las cosas son como son, sólo por el hecho de que hasta ese
momento nadie se ha atrevido a hacerlas de otra manera.
A mis veinte he aprendido que las personas que no
son capaces de vivir y simplemente sobreviven, son las que sin querer más
lecciones de vida dan. Aunque tristemente también he aprendido que jamás se
las aplicarán.
He aprendido que se puede vivir pasando por debajo de
las escaleras un martes y 13, porque sólo nosotros nos complicamos la vida
con gilipolleces.
A mis veinte cada día me importan menos las banderas y
que los ejércitos jueguen a ver quien la tiene más grande. Que ahora son más
altas las fronteras y se está muriendo todavía más gente de hambre. Que
cada día me da más miedo pensar en cómo y quién mueve el mundo. Que el día
que deje de creer que lo mueve el amor, el que muera sea yo.
A mis siete aprendí que la muerte vive en nuestra
calle, y cualquier día te trae el desayuno a la cama. Desde entonces dejé
de creerme eterno y aprendí a valorar cada segundo que la vida me regala. Porque
solo tú puedes decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado. Que si
algo no te sale de lo más profundo de tu ser, no lo hagas. Que si no te
enamora, no lo hagas. Di siempre lo que piensas, y en temas de amor no pienses,
hazlo.
Gracias al “sal y mójate” de mi madre, he
aprendido que la vida son tres días y el que llueve es el que más disfrutas
si aprendes a bailar bajo la lluvia. He aprendido que asumimos tontamente
que una madre sabe lo que la queremos, y no nos damos cuenta que es mejor decir
lo que sientes por alguien que dejar que lo imagine. Que su mejor herencia ha
sido darme alas pero dejar que aprendiese solo a volar con ellas.
He aprendido que el odio y la envidia no valen para
nada. Las hostias menos, porque bastantes nos da la vida como para
dárnoslas entre nosotros. Que hay un Dios que cada uno llama de una manera,
y los que más me lo han enseñado son quienes de él reniegan.
A mis veinte no bebo, no fumo, no esnifo, no me
pincho, pero sueño. Porque sólo el sueño me coloca en libertad mientras
todos se colocan en sociedad. Que a veces nos ponemos gafas de visión nocturna
con la luz encendida y nos escurrimos con la cáscara de plátano que nos
acabamos de comer. Que no puedes elegir a tu familia, pero si tu música y
con quien escucharla. Que sólo tú decides perder tu vida o encontrar la
mejor forma de entregarla.
En la escuela aprendí que las únicas bromas aceptables
son las que hacen reír tanto al que las hace como al que las padece. Que
aquel del que te reías ayer, te dará una lección de vida mañana. Que aunque
tuve buenos profesores, todo se lo debo a Don Libro y Doña Calle.
A mis veinte entendí que quien pretende agradar a
todo el mundo, no hace feliz a nadie. Que yo quiero enemigos que estén
orgullosos de mí y se den la vuelta al verme. Que no sólo quiero dar luz sino alumbrar,
y que mis huellas se marquen si me dejas por tu vida caminar.
He aprendido que si a veces corres peligro, es
porque estás viviendo. Que no se trata de ser el más fuerte, el más guapo o
el más rápido; se trata de ser tú mismo.
He aprendido, a base de errores, a entender que lo
que empieza fácil, rápido termina. Que si desafías como un loco a la razón,
podrás llegar donde jamás nunca nadie llegó. Que hay batallas tan frías que
parecen imposibles de ganar, pero cada uno elegimos las batallas en las que
queremos morir; y lo imposible, lo extremadamente difícil de conseguir es, sin
duda, la mejor batalla donde dejarse la vida.
Nunca olvides que todo empieza dando un paso.
Aunque te encuentres derrotado, merece la pena el camino no abandonar. Porque si
algo he aprendido a mis veinte, es que cueste lo que cueste, la vida es
simplemente eso… caminar.
Ignacio Sánchez Calero
27 de Noviembre
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