LA VERDAD ES UNA TIERRA SIN CAMINOS
Yo
sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos y no es posible
acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna
secta. Ese es mi punto de vista y me adhiero a él absoluta e
incondicionalmente.
La
Verdad, al ser ilimitada, incondicionada, inabordable por ningún
camino, no puede ser organizada; ni puede formarse organización alguna
para conducir o forzar a la gente a lo largo de algún sendero en
particular. Si desde el principio entienden eso, entonces verán cuan
imposible es organizar una creencia.
Una creencia es un asunto puramente individual y no pueden ni deben organizarla. Si lo hacen, se torna en algo muerto, cristalizado; se convierte en un credo, una secta, una religión que ha de imponerse a los demás.
Esto
es lo que todo el mundo trata de hacer. La Verdad se empequeñece y se
transforma en un juguete para los débiles, para los que están sólo
momentáneamente descontentos. La Verdad no puede rebajarse, es más bien
el individuo quien debe hacer el esfuerzo de elevarse hacia ella.
Ustedes no pueden traer la cumbre de la montaña al valle. Si quieren
llegar a la cima de la montaña, tienen que atravesar el valle y trepar
por las cuestas sin temor a los peligrosos precipicios. Tienen que
ascender hacia la Verdad, ésta no puede “descender” ni organizarse para
ustedes.
El
interés que no nace del amor a la Verdad por sí misma, sino que es
despertado por una organización, no tiene valor alguno. La organización
se convierte en una estructura dentro de la cual sus miembros pueden
encajar convenientemente. Ellos no se esfuerzan más por alcanzar la
Verdad o la cumbre de la montaña, sino que más bien tallan para sí
mismos un nicho conveniente donde se colocan, o dejan que la
organización los coloque, y consideran que, debido a eso, la
organización ha de conducirlos hacia la Verdad.
Yo sostengo que ninguna organización puede conducir al hombre a la espiritualidad.
Si
se crea una organización para este propósito, ella se convierte en una
muleta, en una debilidad, en una servidumbre que, por fuerza, mutila al
individuo y le impide crecer, establecer su unicidad que descansa en el
descubrimiento que haga, por sí mismo, de esta Verdad absoluta e
incondicional. Por lo tanto, esa es otra de las razones por las que he
decidido, ya que soy el Jefe de la Orden, disolverla. Nadie me ha
persuadido para que tome esta decisión.
No se trata de una magnífica proeza, pues no deseo tener seguidores y lo digo en serio. En el momento en que siguen ustedes a alguien, dejan de seguir a la Verdad.
No
me preocupa si prestan o no prestan atención a lo que digo; hay algo
que quiero hacer en el mundo, y voy a hacerlo con inquebrantable
concentración. Sólo una cosa me importa, una cosa esencial: hacer que el hombre sea libre.
Deseo liberarlo de todas las cárceles, de todos los temores, y no
fundar religiones, nuevas sectas, ni establecer nuevas teorías y nuevas
filosofías. Entonces, como es natural, me preguntarán por qué recorro el
mundo hablando continuamente. Les diré por qué lo hago.
No
es porque desee que me sigan ni porque desee tener un grupo especial de
discípulos selectos. (¡Cómo les gusta a los hombres ser diferentes de
sus semejantes, por más ridículas, absurdas o triviales que puedan ser
sus distinciones! No quiero alentar ese disparate) No tengo discípulos
ni apóstoles, ni en la tierra ni en el ámbito de la espiritualidad.
Con que haya simplemente cinco personas que escuchen, que vivan, que tengan la mirada puesta en la eternidad, será suficiente.
¿De
qué sirve tener miles de seguidores que no comprenden, que están
totalmente momificados en sus prejuicios, que no desean lo nuevo, sino
que prefieren reconvertir lo nuevo para que se acomode a sus propios yoes estériles, estancados? Si
hablo enérgicamente, por favor, no me malinterpreten, no es por falta
de compasión. Si acuden a un cirujano para que los opere, ¿no es
generosidad por su parte operar, aunque les cause dolor? Bien, del mismo
modo, si yo hablo con franqueza no es por falta de verdadero afecto, al
contrario.
Deseo liberarlos de todas las cárceles, de todos los temores, y no fundar religiones, nuevas sectas, ni establecer nuevas teorías y nuevas filosofías.
¿Hasta qué punto son ustedes más libres, más nobles, más peligrosos
para cualquier sociedad basada en lo falso y en lo superfluo? ¿En qué
sentido han llegado los miembros de esta organización de la Estrella a ser diferentes?
En
este momento, todos ustedes dependen de otro para vivir su
espiritualidad, dependen de otro para alcanzar su felicidad, para
alcanzar su iluminación; y aunque se han estado preparando para mí
durante dieciocho años, cuando yo digo que todo ello es innecesario,
cuando digo que deben descartarlo todo y buscar la iluminación, la
gloria, la purificación y la incorruptibilidad del ser dentro de sí
mismos, ninguno de ustedes quiere hacerlo.
Puede que haya unos pocos, pero son muy, muy pocos. ¿Para qué tener, pues, una organización?
Yo sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta.
Así
pues, éstas son algunas de las razones por las que, tras dos años de
cuidadoso examen, he tomado esta decisión. No es fruto de un impulso
momentáneo, ni nadie me ha persuadido de ello; no me dejo persuadir en
esta clase de cuestiones. Durante dos años he reflexionado sobre esto,
lenta, serena y cuidadosamente, y he decidido ahora disolver la Orden,
dado que soy su representante. Pueden ustedes formar otras
organizaciones y esperar la venida de otro. Es un asunto que no me
interesa, como tampoco me interesa crear nuevas cárceles y nuevas
decoraciones para esas cárceles. Mi único interés es hacer que los
hombres sean absoluta e incondicionalmente libres.
Jiddu Krishnamurti
Extractos del discurso de disolución de la Orden de la Estrella, en el campamento de Ommen, Holanda, el 3 de agosto de 1929, ante tres mil seguidores.
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